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Cuando los glaciares hablan

Argentina y Alemania llevan adelante, por quinto año consecutivo, un programa científico de estudio glaciológico. Acerca de los acelerados cambios experimentados en los cuerpos de hielo antárticos, conversamos con el licenciado Hernán Sala, del Instituto Antártico Argentino. Informe de Susana Rigoz

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Indudablemente, el cambio climático global es una realidad irrefutable que se registra en todo el planeta y a la que el continente antártico no permanece ajeno. Aumento de temperatura, derretimiento de glaciares, colapso de las plataformas de hielo e incremento del nivel del mar son algunas de las manifestaciones de un fenómeno que preocupa a la comunidad científica, al punto de focalizar varios de sus programas en el estudio de los efectos del cambio climático.

En este contexto es que el Instituto Antártico Argentino, perteneciente a la Dirección Nacional del Antártico, y la Universidad de Bonn junto al Alfred Wegener Institut de Alemania llevan adelante un proyecto conjunto de cooperación binacional denominado “Glaciología Carlini”, del que Hernán Sala, biólogo, es uno de los responsables. En la actualidad, Sala integra también el Programa de Gestión Ambiental y Turismo, donde se desempeña como asesor en cuestiones referidas a cambio climático.

La Base Doctor Alejandro Carlini, que da nombre al proyecto –ubicada en la isla 25 de mayo, a solo 900 kilómetros de Ushuaia y perteneciente a las islas Shetland del Sur– es considerada la base científica por excelencia. Administrada por la Dirección Nacional del Antártico, las actividades llevadas a cabo –entre las cuales se encuentran varios proyectos internacionales– se reúnen en el Laboratorio Antártico Multidisciplinario y el laboratorio de cooperación científica “Dallmann”. Entre las actividades y proyectos científicos, se destacan la glaciología, la sismografía y la oceanografía. Tienen gran importancia también los estudios relacionados a la biología, ya que se trata de una zona con una alta biodiversidad. Aunque la mayoría de los proyectos de investigación se lleva a cabo durante la campaña de verano, hay algunos que se mantienen durante todo el año, generando una valiosa y poco frecuente fuente de datos en el continente blanco.

-¿En qué consiste el proyecto que están desarrollando?

-La península Antártica está mostrando un incremento muy importante en la temperatura del aire, situación que suele estar acompañada por lluvias, hecho fuera de lo común porque el sexto continente se caracteriza por su clima frío y seco, siendo la nieve la principal forma de precipitación. Estas modificaciones tienen su impacto en los cuerpos de hielo, ya que el agua líquida –por ejemplo– acelera el descongelamiento. Nosotros formamos parte de un grupo de cinco científicos –Ulrike Falk, Damián López, Rodolfo del Valle, Matthias Braun y yo que por quinto año consecutivo focaliza su trabajo en el comportamiento del glaciar Fourcade, donde medimos la ablación (la pérdida de nieve y/o hielo que puede darse, entre otros factores, por la fusión, el desprendimiento o la acción del viento) y la acumulación (que es el proceso por el cual el hielo o la nieve se “agregan” al glaciar).

-¿Por qué eligieron ese lugar?

-Es un sitio donde se desarrollan diversos programas, varios de los cuales son en cooperación con otros países. Uno de los motivos es que la isla 25 de mayo está ubicada a escasos 150 kilómetros al norte de la península Antártica, una zona que ha experimentado, reitero, importantes cambios en los últimos cincuenta años respecto de su clima. El alto incremento de la temperatura –alrededor de 2,5 grados centígrados en el lapso señalado– se condice con varios fenómenos como el retroceso de masas de hielo o la desintegración de las barreras. Otra razón de peso es que alrededor del 95 por ciento de la superficie de la isla está cubierta de glaciares, dos de los cuales se encuentran muy cercanos a nuestra base.

-¿Cómo realizan esas mediciones?

-Para poder cumplir con el objetivo de monitorear el glaciar durante todo el año, colocamos estacas por medio de un procedimiento sencillo, que consiste en calentar agua en algo parecido a un calefón portátil, generar vapor y con una manguera realizar un agujero de aproximadamente una pulgada de diámetro en el hielo. Estas estacas constituyen los puntos básicos de análisis para realizar el balance de masa glaciaria. A ello se suma una estación meteorológica automática que, ubicada sobre el cuerpo de hielo, mide en forma permanente diversas variables atmosféricas como temperatura del aire, presión atmosférica, velocidad e intensidad del viento, humedad y radiación infrarroja. Alimentada por paneles solares y un conjunto de baterías, la estación almacena los datos que se utilizan para confeccionar los modelos de comportamiento de la dinámica del glaciar. Para conocer con más detalle las condiciones de temperatura, en verano colocamos sensores durante 20 o 30 días que, ubicados a dos o tres kilómetros entre sí, permiten hacer un mapa detallado de la temperatura sobre el glaciar.

-¿Es una tarea compleja?

-Sí, más que nada por el esfuerzo que representa la instalación y la supervisión anual del estado de las estacas. Hay que tener en cuenta que a medida que el glaciar se va derritiendo, las estacas ubicadas en la parte inferior suelen caerse y deben ser reemplazadas, mientras que las de la parte alta quedan tapadas por la nieve. Es fundamental no perder continuidad en la obtención de los datos.

-¿Qué ocurre una vez terminada la campaña de verano?

-Durante el invierno, queda en la base un científico que se ocupa de supervisar todos los proyectos que se están llevando adelante. En el caso nuestro, se encarga de medir cada quince días las estacas para determinar la fusión y acumulación de hielo, además de chequear que los instrumentos de la estación meteorológica funcionen correctamente y que los paneles estén bien orientados porque a veces el viento los corre o los tuerce. Hecho el recorrido, envía una planilla con el informe y fotografías de las estacas que permiten corroborar los datos, realizando un doble chequeo. La realidad es que en invierno se puede acceder a la parte baja del glaciar en pocos minutos con una moto de nieve y hacer el seguimiento, pero la parte alta no se visita por una cuestión de seguridad. No olvidemos que es necesario desplazarse por un trayecto mayor; el día es muy corto; el clima, hostil; por todo eso preferimos no colocarlo dentro del protocolo de trabajo. Se trata de un período no demasiado largo porque en los meses de octubre y noviembre ya llegan los científicos para hacer la precampaña.

-¿Ya obtuvieron resultados de este estudio?

-Sí. En los últimos 50 años, hay una tendencia ya registrada que muestra el retroceso de los hielos. Incluso si nos remitimos a la península Antártica en general, las mediciones evidencian que han retrocedido más del 85 por ciento de los glaciares. La novedad de los últimos años radica en que la velocidad con la que ocurre es mucho más alta que la que se venía observando en las últimas dos décadas. Este aumento de la fusión de los hielos se manifiesta tanto en el borde del glaciar como en su volumen. Dicho de otro modo, simultáneamente se está reduciendo la superficie y disminuyendo la altura, hecho que implica una reducción importante en el volumen.

-¿Son cambios que pueden percibirse a simple vista?

-Algunos sí. Por ejemplo, en la caleta Potter –una bahía de unos pocos kilómetros de ancho que está frente a la base argentina– a medida que el hielo retrocedió fueron apareciendo un conjunto de islas pequeñas que antes quedaban ocultas debajo del hielo. Son lugares a los que en la actualidad se puede acceder en bote, bajar y hacer estudios interesantes desde el punto de vista biológico. De hecho, allí trabajan otros colegas argentinos y alemanes.

-¿Qué ocurre una vez recogidos los datos?

-Como se trata de un proyecto conjunto de cooperación binacional, el análisis de esos informes se realiza tanto en el Instituto Antártico Argentino como en la Universidad de Bonn. Después se comunican las conclusiones a través de en publicaciones o en congresos. En realidad, el objetivo es trasmitir a la comunidad lo que ocurre en la Antártida y también utilizar esa información como fundamento para la toma de decisiones o para asesorar sobre diversos temas como por ejemplo dónde es conveniente instalar un equipo o un refugio, o si es necesario declarar un área como protegida. En esos casos, nosotros brindamos una opinión desde el punto de vista científico, hecho que considero muy importante porque es el nexo que hay entre la ciencia y la política institucional antártica.

-En general se habla de un divorcio de la ciencia y la política. ¿Está de acuerdo con esta afirmación?

-Considero que es lógico que las decisiones científicas y las políticas tengan diferentes ritmos ya que incorporan distintos elementos de juicio. Por otra parte, creo que la información que generamos es sumamente útil para la toma de decisiones. Es muy importante determinar qué estudiar en cada momento o en qué problemática concentrar la atención. Me parece interesante que la ciencia, además de contribuir al conocimiento universal, dé argumentos y sustento a la política nacional antártica. De hecho, en la actualidad yo me desempeño dentro del Programa de Gestión Ambiental y Turismo de la Dirección Nacional del Antártico, donde me ocupo de asesorar en cuestiones referidas a cambio climático y a glaciología antártica y también de colaborar en la elaboración de respuestas a las consultas que surgen en diversos foros.

-Además del estudio efectuado en el glaciar Fourcade, ¿se están realizando otras investigaciones relacionadas con la temática?

-Sí, la más importante es la del glaciar Bahía del Diablo, que está ubicado en la isla Vega, al noreste de la península Antártica, que es llevado adelante por el doctor Eugenio Yermolin del Instituto Antártico Argentino. Es un caso interesante, ya que hace aproximadamente 20 años que se realiza y esta particularidad lo distingue debido a que no existen muchos glaciares en la Antártida que se hayan estudiado sistemáticamente in situ durante tantos años. La mayor parte de los países hacen investigaciones durante una o dos campañas y, en el mejor de los casos, regresan años más tarde al mismo lugar. Por esta razón, el caso del glaciar Bahía del Diablo, con su registro de valores ininterrumpido durante dos décadas, cobra un valor excepcional.

-Al hablar de los efectos del cambio climático se suele mencionar el aumento en el nivel medio de los océanos. Según su experiencia en la materia, ¿es un tema que deba preocuparnos?

Es una realidad indiscutible que los glaciares, a medida que se derriten, contribuyen a la elevación del nivel medio del mar. Aunque hasta hace unas pocas décadas se consideraba que el aporte de la península Antártica a este hecho era ínfimo, en la actualidad sabemos que, al igual que el Ártico, es un contribuidor importante. Esto puede resultar problemático para todo el mundo porque, pese a que no es esperable una subida abrupta del nivel del mar producto del derretimiento glaciario, lo que sí puede ocurrir es un aumento leve y gradual en las próximas décadas.

-¿Existen proyecciones respecto de la rapidez del deshielo?

-Se supone que estos cambios se van a mantener o incrementar en el corto y mediano plazo, ya que la tendencia no va a revertir al menos en los próximos 100 años. Ahora bien, si hablamos de escenarios a mediano y largo plazo –me refiero a tres o cuatro siglos como mínimo– en condiciones similares a las actuales, el incremento del nivel del mar podría ser mucho más importante, con consecuencias directas para los seres humanos y para la biota que habita en las costas de los continentes. Pero –insisto para no generar miedo– es un escenario posible para dentro de unos pocos siglos, si las barreras siguen colapsando y los glaciares reduciendo su masa.

UNA VIVENCIA ÚNICA

Hernán Sala tiene una larga experiencia antártica, que incluye alrededor de 15 campañas, cuatro de ellas a bordo del rompehielos Almirante Irízar y varias en bases y en campamentos en las islas Vega y James Ross. “Para mí, ir en carpa a la Antártida fue una experiencia fabulosa”, afirma. Y destaca la gran autonomía que brinda el hecho de encontrarse directamente en el terreno.

-¿Cómo se vive en un campamento antártico?

-No diría que es fácil, pero lo cierto es que a mí me encanta y no recuerdo que haya sido especialmente duro. Siempre viví experiencias excelentes con mis compañeros. Si tuviera que elegir una situación complicada, diría que es cuando se desata una tormenta que puede durar dos o tres días. En esos casos, lo máximo que se puede hacer es ir a la carpa laboratorio a revisar o preparar los equipos o a la que funciona como cocina. En esta última está la radio y cada noche se establecen comunicaciones con la base Marambio a fin de reportar cualquier necesidad y también con los demás campamentos. Cuando hubo buen tiempo y se logró una buena jornada de trabajo, estas charlas solían ser breves porque quedábamos todos muy cansados y nos queríamos ir a dormir.

-¿Que se puede hacer en la carpa individual durante las largas horas de tormenta?

– Descansar, leer, dormir, escribir, diría que es un ejercicio “un poco zen”. Como es imposible salir, siempre hay que llevar algún material de lectura y también cada uno tiene su notebook, pero sabemos que la batería tiene un tiempo acotado, por lo cual habría que trasladarse a la carpa cocina y encender el grupo electrógeno para cargarla. En síntesis, lo hacemos en la medida de lo posible.

– ¿Viviste alguna situación complicada?

-Sí, una vez se me desarmó la carpa por efecto del viento. Tuve tiempo de preparar mis cosas y de ir a la carpa de un compañero con mi bolsa de dormir, pero era tanto el ruido del viento que tardó cinco o diez minutos en escucharme. Sin embargo, con todo el respeto que hay que tenerle a la naturaleza, la experiencia permite manejar ciertas situaciones con tranquilidad. Por ejemplo, en el medio de un temporal en el que no se logra ver nada, es fundamental mantener la calma sabiendo que se cuenta con el GPS y la brújula para llegar a la base o al campamento. Siempre nos movemos bien equipados, llevamos radio, y la comunicación es permanente; en la moto tenemos un cajón con víveres para una semana, carpa, bolsas de dormir, bengalas, etc. Sinceramente, no he vivido situaciones de real emergencia.

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